La muerte ante mis ojos ~ Monitor InteriorMonitor Interior

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miércoles, 27 de julio de 2005

La muerte ante mis ojos


23 años más tarde, me cuesta recordar la fecha exacta. Pero el baúl de los recuerdos me arroja un sinfín de imágenes que se superponen y entrelazan trayendo otras que parecía haber olvidado y causan risas y lágrimas de emoción. Aunque recurrí a libros y reseñas históricas, parece que el pasado ha enterrado esa fecha como queriendo no recordarla, en todas partes figura solamente el año, lo mismo que recuerdo. A la distancia la memoria juega malas pasadas y todo parece haber sucedido más o menos en la misma época, lo cierto es que todas estas cosas sucedieron en el mismo año, pero no recuerdo si juntas.
Todos lo días a media mañana sonaba la sirena, los veintitantos alumnos del segundo grado de la escuela Aristóbulo del Valle despertábamos cada mañana deseando que ese día no sonara. Simulacro nuevamente. -Todos bajo el pupitre!- gritaba la maestra. A los pocos segundos se oía pasar uno o varios aviones, muy cerca, muy bajo. Y los corazoncitos galopaban a una velocidad infernal. Podía ser la última mañana. Muchos nos negábamos a ir a clases por miedo a morir en la escuela. Te imaginás que ridículo epitafio: Murió estudiando. Si a ningún chico le gusta a escuela. Pero nuestros padres insistían en que la vida debía continuar. Las guerras son así y Malvinas no era una excepción.
Un día al despertar me sorprendió que papá estuviese en casa. No había ido al frigorífico y él nunca falta, ni siquiera enfermo, es una de las tantas cosas que me legó. -Ponete la camiseta, vamos a la cancha- dijo serio. A la cancha? Hoy? Si no hay fútbol pensé, pero nunca discutí lo que me decía porque suele no equivocarse como buen padre.
Caminamos hasta la Plaza de Tellier donde abordamos el 126 que nos posicionó en pocos minutos en la esquina en que Directorio se convierte en San Juan, en la intersección con La Plata, de allí en adelante las ocho cuadras que recorrimos a pie estuvieron plagadas de historia. Papá me contó que tres años atrás Moisés Annan se negó a comprar a un pibe que jugaba en Argentinos Juniors, le decían Pelusa, hoy le dicen El Diego, con mayúsculas.
Cuando él llegó al país se enamoró primero, de los colores. Los mismos que tiene la bandera de los 33 Orientales, la de Artigas, los mismos que la francesa, la de la revolución. Curiosamente los mismos que tiene Nacional y él es fanático de Peñarol. Luego, de todo el Club, al punto que la primera vez que me llevó a la cancha, la primera vez que estuve en esos tablones de madera tenía solamente 6 días de vida. Cuando estaba en preescolar la señorita lo había llamado porque creía que yo tenía un problema psicológico y papá soltó una carcajada cuando ella dijo -Todo lo pinta azul y rojo, no existen otros colores!- “Hijo de cuervo”, arrojó entre risas.
Corría 1982 y yo comenzaba a entender que un pedazo de historia se extinguía ante mis ojos.
La primer herencia que obtuve fue su fanatismo. Mientras escribo estas líneas hago un parate para cebarme un mate amargo y reacciono. El termo tiene el escudo de San Lorenzo, es todo rojo y azul. Como el resto de las cosas que me rodean, los dibujos de mis hijas que cuelgan en la cartelera junto a mi escritorio tienen ese color. Recuerdo aquel dibujo que la maestra le enseñaba a papá y que todavía conserva: un conejo volador azulgrana.
Y allí estábamos los dos. Parados en el punto inicial de la vieja cancha de La Plata al 1700. Mirando como la gran bola de hierro golpeaba con fuerza contra los tablones que no habían sido retirados. El Viejo Gasómetro se esta muriendo, lo habían matado. Me apretó la mano fuerte y por primera vez lo vi llorar y lloramos los dos. Él todavía conserva aquel pedazo de tribuna popular que recogía mientras salíamos del predio. Yo esos maravillosos recuerdos y la tradición de nuestro querido Ciclón.

2 comentarios:

GRacias por explicar con tanta claridad lo que sentimos todos. Te felicito...y nuevamente gracias.

Gracias a vos por leer. Lastima que no se tu nombre...

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