Ni el tiro del final... ~ Monitor InteriorMonitor Interior

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sábado, 15 de diciembre de 2007

Ni el tiro del final...

-... Y de acá no me muevo!
Las palabras resonaban en el bosquecillo de eucaliptus que, dicen, es de un conocido abogado local. Allí estaba él, porfiado, testarudo, resuelto a quitarse la vida.
-Cansado m’ijo. Estoy cansado ya.
El suicidio necesita, en cierta manera, de coraje, para pegar el salto, para apretar el gatillo, para dejarse caer, para cortar...
-No puedo... Pero de acá no me muevo!
-Pero dejese de joder, un tipo grande con estas boludeces, saquese eso del cuello y vamos a tomar unos vinos.
-No.- Los intentos de sus vecinos eran inútiles. -Y deje de molestar que debe tener cosas más importantes que hacer que estar al lado de un pobre diablo... Pero traigame mi vino que me lo tomo solo... Sin ‘yelo’ que me hace mal a la garganta. Y sin soda, la soda es pa’ los cobardes.
Eusebio había resuelto quitarse la vida de una manera “digna”, aunque demasiado lenta:
-Cuando este arbolito crezca se llevará mi vida con cada centímetro. Toy’ seguro que ni me voy a dar cuenta.
Atar una soga a un arbol de una rama que no es más alta que los hombros no parece un metodo de suicidio muy efectivo, pero Eusebio estaba decidido a ahorcarse de a poco, a dejar que el árbol crezca y vaya estirando la cuerda de la que pendía su vida.
El primer día, allá por fines de febrero, capturó la atención de todos los vecinos que buscaban la manera de convencerlo de que desistiera de tal empresa.
Al segundo ya había venido la policía, los bomberos y un psicólogo.
En el tercero los medios locales ya se habían multiplicado y hasta Crónica TV había enviado un movil para seguir paso a paso al “suicida ecológico”, tal como lo bautizaron en una de las placas rojas con el superyanqui sonido de “Stars & Stripes Forever” que decía:

Ultimo momento

El desenlace del
suicida ecológico
está verde

Una noche se sintieron gritos desgarradores e insultos:
-La puta que los parió! Alguien que me ayude!
Dalmacio, el primero que intentó convencerlo de que abandonara el proyecto, salió corriendo de su casa, era de madrugada y todos los perros del barrio empezaron a ladrar.
-¿Qué pasó?
-Estos mosquitos m’ijo, me están comiendo vivo! No tiene un espiral pa’ prestarme.
Resultó que era alérgico a las picaduras de mosquitos. A la mañana siguiente estaba todo hinchado como galleta en el agua y apenas si se le escuchaba lo que decía. La ambulancia tardó 1 minuto, en realidad fueron 4 las que llegaron porque se pugnaban el traslado del cuerpo de Eusebio, incluso habían sponsorizado los laterales de las camionetas de salud era sabido que todos los medios iban a cubrir ese hecho y no querían perderse la oportunidad. El médico dispuso la urgencia del traslado al hospital, pero se negó rotundamente, o al menos eso parecía porque no se entendía nada de lo que balbuceaba.
-Tendremos que cortar el árbol para llevarlo-
Los bomberos estaban dispuestos a incrustar la motosierra cuando llegaron las motos estilo cross con la gente de Greenpeace.
-Paren los desmontes!
Gritaban y exhibían carteles, mientras Eusebio señalaba la soga, como para que la corten nomás. Nadie entendía.
El médico de la tercera ambulancia, la de la publicidad de seguros de vida, el más viejo y experimentado de todos, pidió permiso y le inyectó una antialergénico que le devolvió el color natural a su cuerpo en pocos segundos.
-Qué mierda hacen! No ven que casi me matan, idiotas- dijo ni bien se le deshinchó la garganta.

Eusebio había perdido a su esposa hacía ya 2 años, nunca tuvieron hijos, no le quedaba ningún familiar, todos habían muerto.
Siempre se dijo que era un “yeta”.
Una vez ganó una raspadita, de esas que daban 100.000 pesos por encontrar las tres pelotas peludas de mono, pero cuando fue a cobrar la lotería había quebrado y no le hizo juicio porque el abogado le quería imponer una comisión del 120% de lo pedido.
Su mala suerte era tal que un día compró tarjeta para el celular y cuando al raspó decía: Siga participando.
Así fue que, cansado, se decidió a quitarse la vida.

A mediados de marzo las clases ya habían empezado y los chicos, antes o después de la escuela, pasaban por el bosquecillo a verlo, parecía que eran los únicos que esperaban encontrarlo colgado de la noche a la mañana, el resto se había cansado de la locura.
Como todos los días alguien le había traido comida, que como siempre se negaba a consumir pero que deglutía furiosamente cuando todos dormían. Era “Ropa vieja”, ese plato frío que se hace para no tirar las sobras, estaba hecho de pollo, papa hervida, arroz, lechuga y mayonesa. Las manos le quedaron resbalozas como teléfono de carnicero, por eso no pudo ni agarrar un palo cuando ese perro rabioso se acercó para disputarle los huesos que le quedaba. Era una fiera con ojos rojos que resaltaban más por la luz de la luna llena, sus dientes eran más afilados que los cuchillos que él mismo pasaba por la piedra en sus épocas de afilador, y se le venía encima. Le tiró un tarascón y luego otros más, rompiendo sus pantalones y rasguñando sus piernas. Cuando estaba dispuesto a saltarle a la yugular pasó una moto y el perro, fiel a sus instintos la siguió ladrándole por la calle que costea el río.

Abril pasó sin sobresaltos. El pino al que se había atado no crecía demasiado, tal vez porque cuando uno ve todos los días a alguien o algo parece no cambiar.
En mayo las ambulancias llegaron nuevamente, 2 de los chicos que durante el día lo pasaban a ver cuando iban a la escuela, se aparecieron de noche vestidos con unas túnicas negras y con una oz en la mano que habían sacado de la quinta del Ñato, el viejo se puso pálido. Uno de ellos se dio cuenta de que algo le sucedía y le avisó a sus padres. Eusebio tenía un infarto. El servicio de salud llegó a tiempo nuevamente y bastó con una pastillita debajo de la lengua.

Una intensa tormenta se desató una noche de agosto, sería Santa Rosa por la fuerza, Eusebio temblaba sin cesar por el frío y el temor que le infundía los relámpagos. Un rayo sacudió el árbol, impactó directamente en la base de una de las ramas más grandes y la desprendió dejandola caer estrepitosamente. En la desesperación intentó desatarse y buscó en vano el nudo de la soga, la rama estaba a punto de impactarlo, sus instintos lo impulsaron a contorsionarse de una manera increíble, levantando sus piernas por encima de sus hombros y esquivando milagrosamente ese trozo de madera caliente.

Así pasaron los meses, de sobresalto en sobresalto. Una vez lo picó un alacrán, se retorció como víbora en la sartén, hasta que se dió cuenta de que no le pasaba nada, al parecer el bichito ya había picado a un animal antes y gastado su stock de veneno. En otra oportunidad quedó atrapado en medio de una persecusión policial, unos malvivientes había asaltado un banco y en la huida fueron interceptados por un patrullero que los persiguió hasta el pequeño bosque de eucaliptus; las balas le rozaban las orejas y parecían autos de fórmula 1, pero a esa la vio venir, parecía Matrix, en cámara lenta venía el proyectil de 22, le dio tiempo a agacharse e impactó justo en el tronco, donde milésima de segundos antes estaba su cabeza.
Ya nadie se preocupaba por lo que le pudiera pasar, habían asumido que era tan yeta que ni el tiro del final le iba a salir.
Una mañana de diciembre lo encontraron recostado sobre el árbol. No estaba colgado, el pino no había crecido tanto. Cuando retiraban su cuerpo un viejito se acercó al policía y le confesó:
-Yo sabía que era un pino enano, pero no quise alarmarlo.

La autopsia determinó que murió por indigestión, habrán sido las empanadas.

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