Cuando esa mano que lo alimentaba dos veces al día no apareció, lo poco que lo sostenía se desmoronó.
No conocía más mundo que las cuatro paredes en las que estuvo por siempre y aquello que podía adivinar entre las luces y sombras que dejaban entrever las endiduras de la ventana sellada.
Pasaron varios días y noches, entre la desesperación y la paranoia, hasta que notó... la puerta nunca estuvo cerrada.
1 comentarios:
Me creí encerrado en un zulo y solo era un comedor que alimentaba mi alma.
Me gustan tus cuadros.
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